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¿TIENE ALMA EL VINO?

Der Schrei der Natur, 1893 (Edvard Munch)

Hace ya unos meses, en la boda de un compañero de trabajo, coincidí con un acreditado enólogo de una importante bodega con intereses en medio mundo. Compartimos mesa y conversación.

Respondiendo a mis preguntas, me contó que había elaborado durante algunos años uno de los vinos más vendidos dentro y fuera de España. Un vino «español» que nació antes de 1960 y que llega a la mesa de más de 150 mercados de los cinco continentes. Un vino sin pretensiones pero que representa una forma de hacer y una filosofía de trabajo.

Todo iba viento en popa, entre los típicos «que se besen, que se besen…» hasta que le comenté que escribía en Vinoexpresión. Con avidez consultó el ahora mi flamante blog, gracias Raquel Vázquez (ABLANA ESTUDIO), y leyendo en diagonal se sobresaltó al leer dos palabras que se repetían con cierta frecuencia: ALMA y EMOCIÓN.

Yo también me quedé algo desconcertado cuando afirmó que no creía en el alma de los vinos.

Meses después, su opinión me hace reflexionar y preguntarme, ¿Por qué cuando me siento delante de una copa, boligrafo en mano, unas veces describo el vino con frialdad y en cambio otras, la pluma se desliza con pasión como resultado de un cúmulo de sentimientos que ese vino en cuestión me sugiere?

Resulta también curioso que ese mismo vino suscita similares impresiones a muchas más personas. Durante la cata de un vino se es capaz de sentir la elegancia, el equilibrio, la potencia, la rusticidad, la sensibilidad y todo ello, ese alma, es capaz de transmitir emociones al catador.

Dicho esto me pregunto, ¿Seríamos capaces de analizar quimicamente cada parámetro del contenido de la copa y parametrizar sentimientos, emociones, o por el contrario, frialdad o desinterés?

Algo similar ya se ha intentado, haciendo «copy/paste» de todos esos parámetros analíticos de un gran vino para para crear otros con los mismos indicadores, y hasta ahora el resultado siempre ha sido negativo.

¿Que distingue entonces a los vinos con ALMA?

Me siento incapaz de dar una respuesta de base sólida, pero creo estar más o menos convencido de que la clave no solo está dentro de la copa, sino en nosotros mismos. O quizá, quién sabe, la respuesta puede tenerla Baudelaire en su poema » Las flores del mar»:

El alma del vino
Versión de Antonio Martinez Sarrión
(1976)


Cantó una noche el alma del vino en las botellas:
«¡Hombre, elevo hacia ti, caro desesperado,
Desde mi vítrea cárcel y mis lacres bermejos,
Un cántico fraterno y colmado de luz!»

Sé cómo es necesario, en la ardiente colina,
Penar y sudar bajo un sol abrasador,
Para engendrar mi vida y para darme el alma;
Mas no seré contigo ingrato o criminal.

Disfruto de un placer inmenso cuando caigo
En la boca del hombre al que agota el trabajo,
y su cálido pecho es dulce sepultura
Que me complace más que mis frescas bodegas.

¿Escuchas resonar los cantos del domingo
y gorjear la esperanza de mi jadeante seno?
De codos en la mesa y con desnudos brazos
Cantarás mis loores y feliz te hallarás;

Encenderé los ojos de tu mujer dichosa;
Devolveré a tu hijo su fuerza y sus colores,
Siendo para ese frágil atleta de la vida,
El aceite que pule del luchador los músculos.

Y he de caer en ti, vegetal ambrosía,
Raro grano que arroja el sembrador eterno,
Porque de nuestro amor nazca la poesía
Que hacia Dios se alzará como una rara flor!»

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